PEDOFILIA
Y PEDERASTIA.
En un juicio por presuntos abusos sexuales
infantiles celebrado en Barcelona en el 2001, uno de los acusados reconoció ser
pedófilo pero no pederasta. En El Mundo (10-1-2001), se reproducían sus
palabras en respuesta a las acusaciones de haber abusado de cuatro niños: «No
satisfacía mis impulsos de ninguna manera, me aguantaba y basta». Distinguía
así el presunto autor de los abusos entre la tendencia que le empujaba a sentir
atracción sexual por los niños (pedofilia) y las prácticas sexuales con menores
(pederastia), conducta considerada delictiva según nuestro Código Penal. Al
margen de la veracidad de la afirmación del presunto pederasta de que resistía
sus impulsos, y de que sus palabras fueran o no un mero recurso jurídico
empleado en su defensa para conseguir la absolución, hay que reconocer que,
prescindiendo de este caso concreto y a nivel general, la distinción entre la
atracción sexual hacia los niños y el delito de abuso sexual de menores, no
parece inoportuna. En el primer caso, pues, estamos ante una tendencia
psíquica, considerada como enfermedad por la psiquiatría, mientras que en el
segundo nos situamos ante una práctica, que además es delictiva según nuestra
legislación.
Generalmente, en nuestra lengua no suelen
utilizarse dos términos diferentes para distinguir estos dos conceptos. Las
palabras pedofilia y pederastia se emplean como sinónimos, para
referirse tanto a la atracción sexual como al delito, al igual que pedófilo
y pederasta. En el lenguaje periodístico encontramos indistintamente el
uso de pedofilia con el sentido de delito y con el significado de
enfermedad; así, por ejemplo, se emplea el sintagma «acusar de pedofilia»;1
se habla de una «red de pedofilia» para designar una organización de personas
dedicadas a la explotación sexual de menores; asimismo, la palabra aparece en
ocasiones en enumeraciones junto a otras conductas delictivas:
[...] luchar contra el terrorismo, la pedofilia,
el racismo, el tráfico de seres humanos, el blanqueo de dinero, el
narcotráfico, el contrabando, el secuestro y todo tipo de delincuencia
organizada.
Otras veces se emplea como enfermedad, y se la
clasifica entre las «perversiones sexuales (o desviaciones sexuales), como
exhibicionismo, pedofilia, sadomasoquismo, necrofilia, clismafilia
(utilización de enemas)». En ocasiones se recogen empleos con aparente
redundancia, como en la siguiente frase: «Su letrado ha sostenido durante toda
la vista judicial que la pedofilia de su cliente es una enfermedad».
Por su parte, pederastia se utiliza de forma
preferente en el sentido de delito, y menos frecuentemente como enfermedad; en
la prensa se habla de «delitos de pederastia», «condenado a 40 años por
pederastia», «acusado de pederastia» y «red de pederastia». Esta preferencia de
emplear pedofilia para referirse a la atracción sexual o la enfermedad,
puede deberse al hecho de que este término2 es actualmente el
más utilizado en psiquiatría para designar el transtorno mental y, por
influencia médica, es la palabra escogida por los periodistas para hablar en
términos psiquiátricos. En medicina se la incluye entre los transtornos
sexuales y de la identidad sexual, dentro de las categoría de las parafilias.
Los criterios de su diagnóstico diferencial son los siguientes: han de
padecerse, durante al menos seis meses, fantasías sexuales recurrentes y
altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que impliquen
actividad sexual con niños prepúberes, es decir, menores de 13 años; se ha de
tener más de 16 años; y entre el paciente y el niño objeto de deseo sexual ha
de haber una diferencia de al menos cinco años. Se excluyen las fantasías,
impulsos o comportamientos entre adolescentes mayores. Conviene tener presente
que no toda persona pedófila tiene que haber cometido actos de abuso sexual
infantil. Por tanto, no todos los pedófilos son pederastas, esto es,
delincuentes o explotadores sexuales. En ocasiones, se distinguen tres tipos de
transtornos según la edad de la persona que es objeto del deseo sexual: se
emplea pedofilia para la atracción hacia niños en edad prepuberal, efebofilia
(del griego ephebo ‘chico que ha entrado en la pubertad’) para referirse
al deseo sexual hacia adolescentes, y nepiofilia (de nepion
‘infante’) para designar la atracción hacia niños lactantes.
El término pedofilia fue acuñado en alemán
por el psiquiatra Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), quien utilizó por
primera vez la expresión Pädophilia erotica3 en su
influyente libro Psychopathia Sexualis, publicado en 1886. En esta obra
aparecieron también otros neologismos para designar comportamientos considerados
transtornos sexuales, como masoquismo, sadismo, gerontofilia,
fetichismo y zoofilia.
Pero no siempre pedofilia y pederastia
se emplean en la prensa como sinónimos. El periodista Javier Ortiz, en un
artículo titulado «El sexo y la infancia»,4 afirma:
Otra vez a vueltas con la pedofilia y la pederastia. Muchos las
confunden. No son lo mismo. El término pedofilia no figura todavía en
los diccionarios, pero acabará abriéndose hueco, porque es necesario: se
refiere a la atracción erótica que algunos adultos sienten por los niños (o
niñas). La pederastia, en cambio, define el abuso sexual de menores. Un abismo
separa ambos conceptos: en el primer caso no hay violencia; en el segundo, sí.
Sin embargo, la moral victoriana dominante condena por igual ambas realidades.
Recientemente, a raíz de los casos de pederastia
entre miembros del clero católico estadounidense, Juan Antonio Herrero Brasas,
profesor de ética y política, establecía en un artículo publicado en El
Mundo otra diferencia entre ambos términos. Según él, debe distinguirse
entre el «abuso sexual de niños», que llamaba pedofilia, y las
«relaciones entre adolescentes mayores de 14 o 15 años», para la que reservaba
la palabra pederastia.5 Meses más tarde, matizaba la
definición de pederastia, señalando que se refería a las «relaciones
intergeneracionales entre adultos y adolescentes o jóvenes adultos». Se
lamentaba Herrero Brasas de que la legislación americana no distinguiera ambos
conceptos, y que considerara como delito de pedofilia toda relación con un
menor de 18 años, «automáticamente catalogada de violación». Según este autor,
«la gran mayoría de las acusaciones corresponden a casos de pederastia
propiamente hablando».6
Esta última distinción, que como hemos visto no
suele hacerse en nuestra lengua, no está recogida en los diccionarios
generales. Sin embargo, los lexicógrafos son partidarios de establecer una
diferencia entre pedofilia y pederastia, en la misma línea que
Ortiz. El diccionario de la Real Academia Española7 ha
introducido en su última edición (2001) el término pedofilia, además de
seguir registrando la palabra pederastia, para las que recoge las
siguientes definiciones:
a) Pedofilia. paidofilia.
Paidofilia. f. Atracción
erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes.
b) Pederastia. f. Abuso sexual cometido con
niños.
La RAE recoge las dos variantes morfológicas, pedofilia
y paidofilia. La raíz ped(o)-/paid(o)- ‘niño’ procede del
griego paidós ‘niño’. Desde el punto de vista etimológico, es más
correcta la primera, pues el diptongo griego ai se transcribe ae
en latín y e en español. Sin embargo, quizás por razones de eufonía, la
RAE prefiere la forma paido-, conservando el diptongo original griego.
La forma paedofilia, que en ocasiones también se emplea, contiene la
conservación del diptongo latino, y su uso puede estar influido por el inglés paedophilia.
Alba Sánchez, defensora del lector del diario venelozano El Nacional,
dedicaba un artículo al tema -a raíz de los recientes casos de abusos sexuales
infantiles cometidos por sacerdotes norteamericanos-, que había generado cierto
debate lingüístico a través de cartas de lectores. Sobre la variación pedofilia-paidofilia-paedofilia,
la autora consideraba que la inclusión de paidofilia en el DRAE es un
«ejemplo más de la mojigatería que, en ocasiones, afecta a ciertos académicos;
aunque en honor a la verdad se deja al usuario la libertad de escoger el
término que más le agrade y será el tiempo y el conjunto de los
hispanohablantes quienes sancionen el término más adecuado». No obstante, Alba
Sánchez acababa su columna diciendo que, en realidad, la palabra que describe
la acción de los sacerdotes acusados de abusos sexuales de menores es pederastia.8
Desde el punto de vista semántico, la distinción es
clara: una cosa es sentir atracción erótica por los niños, y otra, abusar
sexualmente de ellos. Similares diferencias de significado encontramos en el Diccionario
de uso del español de María Moliner,9 donde se define el
término pedofilia -también incorporado recientemente, en la edición de
1999- como una «perversión» del adulto que se «siente atraído por niños»,
mientras que la pederastia se toma como una «práctica». Seco, Andrés y Ramos,
en su Diccionario del español actual, definen la pedofilia10
como una «atracción», y reservan pederastia para la «relación homosexual
de un hombre con niños», lo que introduce el matiz semántico de la
homosexualidad, aunque dentro del campo de las prácticas sexuales, tal como
hacen el diccionario académico y el diccionario de María Moliner.
Así pues, la distinción entre la tendencia sexual (pedofilia)
y la práctica abusiva -y además delictiva- (pederastia), aunque
infrautilizada en la lengua, está perfectamente registrada en los diccionarios.
Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad en perpetuar esta
confusión entre dos conceptos pertenecientes a dos esferas distintas: por una
parte, la esfera de la psicología -y de la medicina, si se acepta que la
pedofilia es un transtorno sexual- y, por otra, el ámbito del derecho y la
moral. Hay que ser conscientes de que esta confusión parece estar muy arraigada
en nuestra cultura, y de que no es fácil separar claramente las categorías
conceptuales de la ciencia y las categorías de la moral, a pesar del aparente
cientifismo de la sociedad actual. Sin embargo, sería de agradecer que los
medios de comunicación contribuyeran a difundir una distinción léxica que ayude
a nuestras mentes a separar dos realidades diferentes.
[1] Todos los ejemplos están extraídos del diario El
Mundo durante el año 2002.
[2] DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico
de los transtornos mentales. Juan J. López-Ibor (dir.) Barcelona, Masson,
2002. A pesar de que la psiquiatría «oficial» considera la pedofilia como una
enfermedad, no todos los psiquiatras comparten esta opinión. En un artículo de
María Tomé publicado en El Mundo se defiende que «la pedofilia no es una
enfermedad mental» y que «se elige ser pederasta», si bien se reconoce que las
personalidades de los pederastas son anormales y que estos pueden sentirse
culpables por sus acciones. Termina diciendo la autora que un pederasta no puede
curarse, y que «la medicina no tiene nada que ofrecer». V. Tomé, M. «La
imposible “cura” de un pederasta». El Mundo, 18-12-2001.
[3] El término original fue pedofilia erótica,
que describe mejor el concepto, ya que, etimológicamente, pedofilia
significa ‘amor hacia los niños’, de ahí que el creador de la palabra añadiera
el adjetivo erótica, para precisar el carácter sexual de la atracción.
[4] Ortiz, J. «El sexo y la infancia». El Mundo,
30-7-1997.
[5] Herrero Brasas, J. A. «Señor cura, tóqueme». El
Mundo, 25-3-2002.
[6] Herrero Brasas, J. A. «El nuevo puritanismo». El
Mundo, 5-6-2002.
[7] Real Academia Española. Diccionario de la
lengua española. Madrid, Espasa, 2001
[8] V. Sánchez, A. «Para todo hay especialistas». La
Nación, 4-6-2002.
[9] Moliner, M. Diccionario de uso del español.
Madrid, Gredos, 1999.
[10] Estos autores consideran como variante más
correcta paidofilia. V. Seco, M., O. Ándres, G. Ramos. Diccionario
del español actual. Madrid, Aguilar, 1999.
BIBLIOGRAFIA.
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/cajetin/pedofil.html